dimecres, 31 de gener del 2018

Amedeo Modigliani

Si la terminología de la Bienal de Madrid hubiese valido para la Cuadrienal de Roma, el título de “precursor” a nadie le encajaría mejor que a Amedeo Modigliani, nacido en Livorno en 1884. El siglo anterior lo legaba al nuestro para testimonio del proseguimiento de la tradición verdadera en la modernidad atrevida. Una lección paralela a la que Isidro Nonell cumplió entre nosotros, Amedeo Modigliani cumplió, desde París, para Italia. Anna Zborovska, retratada en Montparnasse por Modigliani, pertenece, en pintura, a la escuela sienesa como una virgen de Simone Martini. Una gitana copiada en Barcelona por el hijo de un comerciante local de pastas para sopa [Nonell] pertenece, en pintura, a la escuela veneciana como el Tintoretto. Adviértase cómo, de la tradición, los dos extremos plántanse, a título de semilla, en la modernidad. La gitana arde en sensualidad calorística como una obra de la prole de los mosaicos orientales y la dama parisiense se afina en lineal exquisitez como en la descendencia de los vasos griegos. Lo que en la una está a punto de parar en música, se abstrae en la otra en la sequedad de lo geométrico. La geografía y la cronología reciben, de la historia del arte, el más desdeñoso puntapié. ¿Puntapié con excusas en medio de la rudeza despectiva? Cada artista ha encerrado en un departamento especial las cualidades características de su adversario. Modigliani, seco en sus contornos, es adorablemente tierno en la policromía de sus esmaltes. Nonell, vibrante en aquéllos, es, en éstos, un caso de construcción rigurosa. […] Estamos en presencia de dos grandes artistas del Mediterráneo, aunque la porción de éste que se llama Adriático parece haber seducido más a uno de ellos. Y hay también dos clásicos. Su gloria y su lección, independientes de las determinaciones espaciales, lo están igualmente de las temporales. El siglo XV y el siglo XVII alcanzan hasta el novecentismo. Se puede ser contemporáneo de Simone Martini, a la vez que de Toulouse-Lautrec. La primera obligación de la crítica de arte está en emanciparse de la Historia. En el mismo título de “precursor”, a que momentáneamente hemos recurrido, se da una falacia. Igual que se da en otros, como “primitivo”, como “decadente”, como “arte moderno”, etcétera. […

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